El proyecto vital más sólido que pueden compartir los novios es la unión plena con Dios. Cuando esta meta está en el centro, los obstáculos no desaparecen, pero se ordenan y se superan, ya que Dios toma el control de la vida y sostiene la relación. Esto implica asumir que el amor verdadero no se fundamenta en emociones pasajeras, sino en una entrega profunda, orientada al crecimiento espiritual mutuo.